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La mejor cura para la melancolía
es la industria.
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Y aunque los vientos soplaron
incansablemente durante días...
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y las gaviotas no dejaron
de chillar...
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sacamos fuerza del ritmo
de nuestras labores.
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Y de Dios.
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Mi esposo y yo nos
acostumbramos a la soledad.
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No me importaba el trabajo.
Nunca me quejaba.
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Me criaron para esto.
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El viento se llevó
nuestro diálogo...
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así que hablamos menos...
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y con el trabajo, supongo
que teníamos menos que decir.
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Es mejor no arriesgarse...
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a hacer preguntas incómodas...
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o revelar nuestra afección
por otra persona...
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que pueda causar dolor
sin intención.
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Creo que es más sabio
mantenerse callado...
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y conservar la unión.
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Sabía que no podría irme
de la isla...
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y me mordía la mejilla para
no ponerme a llorar.
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Una vez comenzado eso,
seguiría para siempre.