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Lo que hemos pasado desde ayer...
Ni te lo imaginas.
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Ya no es el cansancio,
sino la humillación.
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La gente de este hotel
son unos monstruos.
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-¿Sabes dónde he dormido?
-En el coche no, espero.
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-Sí.
-lmposible.
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Me alegro de que por lo menos tú
estés bien instalada.
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-¿Quieres bañarte?
-Luego.
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Si no como algo ahora mismo,
me desmayo.
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-¿De verdad no quieres que vaya?
-No, no.
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Con dos camas, acuérdate.
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Lo intentaré. Es la prefectura,
no una agencia.
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Albert duerme fatal.
Dice que salto.
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Se lo imagina.
Nunca se me han quejado.
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¿Adónde vas?
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Reynaud. R-E-Y-N-A-U-D.
Parece que hay dos...
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¡Alex!
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¡Viviane!
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Ayer le dejé una nota,
¿no se la han dado?
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Sí, sí. Pero no será posible.
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-¿Está ocupada?
-Para cenar sí.
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Entonces, desayunamos.
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Es complicado.
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Pero bien podrá tomar una copa.
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Una copa, puede que sí. Le avisaré.
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En París es imposible verla,
esperaba poder en las provincias.
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-Alex...
-No soy ministro, claro.
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Pero ahora
puede que sea una ventaja.
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-Te sigue por todas partes.
-No, ha venido por el periódico.
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-Está loco por ti, lo saben todos.
-Oye...
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-Lo dijo en casa de los Gramont.
-¿Que está loco por mí?
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Encarnas a Francia, el encanto,
la belleza. Lo entendimos todos.
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Tenemos que irnos, no hay elección.
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¿Adónde? ¿A las colonias?
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Quizá sí. El mundo es grande.
Aquí estamos atrapados.
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¿Quiere montar el gobierno
en Senegal? Le va a costar.
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Basta, Brémond.
Son tonterías.
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-La guerra está perdida y lo sabe.
-Aún no.
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Claro que sí.
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¿A qué espera?
Hay que pedir un armisticio.
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Reynaud no lo hará.
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Que dimita y deje su puesto.
El mariscal lo hará.
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-Habrá que votar.
-Nadie votará en contra.
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-¿Contra Pétain? Por lo menos dos.
-¿Quién?
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-Ah, claro.
-¿Quién?
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Mandel y el otro... De Gaulle.