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¡Sal de mi palacio!
¡Estás exiliado, bastardo!
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¡Exiliado de esta tierra!
¡Aquí ya no eres bienvenido!
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¡Tú no eres hijo mío!
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De repente
todo cambió para él.
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Su padre, el Rey Filipo,
fue asesinado
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y Alejandro, a los 20 años,
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se convirtió en el nuevo
soberano de Macedonia.
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Y, rompiendo sus tratados
con nosotros,
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descartando a Alejandro
como un jovencito sin experiencia,
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varias ciudades-estado griegas
se sublevaron,
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para gran deleite de Persia
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y tal vez financiadas
por su oro.
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Cierto es que Alejandro
sabía amar como ningún otro,
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pero la traición le provocaba
una grandiosa y temible cólera,
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y masacró a varios millares de hombres
de la trágica ciudad de Tebas,
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vendiendo a los supervivientes
como esclavos.
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Esto, y tal era la intención, dejó
a los griegos atónitos y derrotados.
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Y aunque, al final trataba
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a la mayoría de poblaciones
con magnanimidad,
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son éstas excepciones:
Tebas, Gaza en Siria,
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y luego Persépolis en Persia,
y otras,
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las que son recordadas
por aquéllos
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que odian a Alejandro
y todo cuanto él representaba.
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A los 21 años,
Alejandro invadió Asia
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con un ejército
de 40.000 hombres entrenados
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y, liberando
una ciudad-estado tras otra,
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conquistó toda Asia occidental,
hasta Egipto, al sur,
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donde fue declarado
Faraón de Egipto
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y adorado como un dios.
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Fue en Egipto
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donde el respetado
oráculo de Siwah
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le declaró...