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Desde el principio,
Alejandro luchó
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por unificar un territorio
que no tenía centro.
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Reyes que conspiraban
los unos contra los otros.
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Un laberinto de tribus empujadas
por fanáticos y filósofos
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a morir a millares
por sus extraños dioses.
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Crátero, en el destacamento
de avanzada,
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luchó contra hombrecillos
diminutos con pieles peludas
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que vivían en las copas
de los árboles.
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Son animales.
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Hasta que Hefestión nos convenció
de que eran animales
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que imitaban al hombre,
que llevaban sus propias pieles.
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Apártalo de mí.
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Llamaban a esa tribu "mono".
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Es un mono.
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Mira, Roxana.
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Hola, hombrecillo.
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¿Saben hablar?
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No, pero cantan.
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Y luego hubo la lluvia.
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Nunca antes habíamos visto caer
agua de los dioses
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durante 60 días y noches.
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¡Eres mejor que eso, Machatas!
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¿Qué dirá tu hijo?
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¡Vamos, hombre,
cuánto más viejo más fuerte se es!
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Cierto, mi Rey.
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Tráeme mi caballo, Alejandro.
Estaré contigo, a tu lado.
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¡Cuidado con la serpiente!
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¡Cuidado con la serpiente!
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¡Sujétala! ¡Sujétala fuerte!
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¡Clito, trae a los curanderos
de serpientes!
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¡Pauvano!
¡Que alguien traiga a Pauvano!
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¿Qué ha pasado, hijo?
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Ha sido en el cuello.
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¡Ah, no! ¡Zeus, no!
Aguanta, Dimno.
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Sé valiente.
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¡Ah, Zeus!
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Nuestra búsqueda
de oro y gloria se evaporó