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- ¿Escuchaste mi cassette?
- Aún no.
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¿Tu amigo está buscando trabajo?
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¿Cómo se llama? ¿Fabien? No.
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- Sébastien.
- Claro.
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Sigue sucediéndome. Estoy yéndome
sostenidamente cuesta abajo.
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- Tú nunca te acuerdas los nombres.
- ¿De verdad?
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Eso es reconfortante.
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Es cierto, yo nunca puedo...
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- ¿El dinero era para tu amigo?
- No pudo hacer que le paguen.
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No me interesa.
¿Quiere trabajar?
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- Empezó un diario, con algunos amigos.
- Claro.
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Dile a Sébastien que llame a Michelet.
Dile que yo lo envié. Él necesita un chico.
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Dile que me llame, yo le explicaré.
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No. Estoy almorzando con mi hija.
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Bien. Genial.
Uno de los placeres diarios de la vida.
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Ella es dulce, inteligente...
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Acaba de cumplir cinco años.
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Luego él hizo quince llamadas telefónicas.
Fue como si yo no estuviera allí.
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No oirá de mí por un tiempo.
Deja que intente invitarme.
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¿Tú querías verme por él?
Sólo dime.
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- No.
- Oh, bien.
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No quise molestarte.
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No, porque por teléfono
dijiste que querías hablarme.
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Sí, es cierto.
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Bien. Si es por el dinero,
te lo devolveré.
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- Al carajo con el dinero.
- Te lo devolveré, de todas maneras.
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¿Y?
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Nada.
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No, Sébastien...
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Espera.
Espera.
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Quería decirte...
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Lo siento, voy a tener que volver
a hablar de mi padre.