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Quizás tan grande que un día podría perjudicar completamente su misión moral.
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Tom se detuvo.
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Casi comenzó a temblar cuando la amenaza a su carrera como escritor emergía ante él.
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No le tomó demasiado convencerse que el riesgo era demasiado grande para correr.
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El peligro que Grace representaba para el pueblo, también lo era para él!
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A Tom no le gustaba nada.
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Y era suficientemente hombre para tomar las medidas para prevenirlo.
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Afortunadamente, Tom era tan consciente con respecto a su futura profesión, como lo era de práctico.
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Daba gran cabida en su vida a la sinceridad y a los ideales,
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sin ponerse "sentimental" con eso, como decía él.
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Tirar por la borda un documento que podría ser de trascendencia para Tom y para las futuras generaciones de lectores, con la base de una novela o, en verdad, una trilogía,
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era un acto estúpido que él no iba a cometer,
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aunque debía admitir que en un momento de debilidad habría dicho que sí.
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Antes de volver a la reunión esa noche, Tom abrió el pequeño cajón que había abierto la noche de la llegada de Grace,
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y la encontró aún allí:
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la tarjeta del gángster del automóvil.
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Al día siguiente, el sol brillaba, en el vívido cielo de otoño,
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y la nieve hacía mucho que se había ido.
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Por primera vez en mucho tiempo, podía escucharse el martinete en el pantanal
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martillando las ramas de lo que podía ser o no una penitenciaría.