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Estoy tan cansado
que no veo más allá de mis narices.
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Dos noches sin dormir,
todo el día aquí y ahora este asesinato.
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¡Alto! ¡De frente!
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- Buenos días.
- Buenos días.
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Enseñen las manos. Manos. Las palmas.
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- Cámbiese los guantes.
- Sí, señor.
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- Abajo.
- Retírense.
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Qué pena me da lo del barón.
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Siempre se sentía uno mejor
cuando venía.
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- Siempre amable, un tipo muy agradable.
- Le diré algo curioso al respecto...
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Silencio. Buenos días, señora.
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¿Adónde lleva a ese perro?
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- Al barón von Geigern.
- Démelo a mí.
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Será mejor que se ocupe de este perro.
Era del barón.
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Sí, señor.
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- ¿Se lo han llevado?
- Sí. Fue horrible, ¿verdad?
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Madame no debe saberlo. ¿Me ha oído?
¡Madame no debe saberlo!
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Está bien, se lo diré a las camareras,
pero no puedo responder por los de abajo.
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- ¿Está bien, Srta. Flaemmchen?
- Sí.
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Estaba pensando en el barón.
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Allí echado, con los ojos tan abiertos.
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Quería al barón, ¿verdad?
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Yo también.
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Fue amable conmigo
como no lo fue ningún otro hombre.