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Prefiero quedarme a ver cómo acaba.
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¿Quién es?
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Si es la policía, vuelva a llamar.
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- A mí me basta.
- Fuera, largo.
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Adelante.
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- ¿Sí?
- Se acuerda de mí.
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Soy Henderson, policía de paisano.
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Pues paisano mío seguro que no es.
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- Bonito sitio.
- Es cómodo.
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¿Vive usted solo?
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Sí. Yo y mis recuerdos.
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- Soy prácticamente un ermitaño.
- Un ermitaño.
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La mesa está lista para cuatro.
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¿Y qué?
Mi alarma está puesta para las ocho.
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Eso no demuestra nada.
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Qué listillo.
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Voy a echar un vistazo.
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- Eh, usted.
- Voy.
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¿Qué hace un ermitaño con cuatro camas?
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- ¿Ve esas tres primeras camas?
- Sí.
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Anoche conté hasta 5.000 ovejitas
en ellas y nada.
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Así que tuve que traer otra.
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No querrá
que duerma con las ovejitas, ¿verdad?
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- ¿Con quién habla?
- Hablaba conmigo mismo.
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No hay nada que hacer.
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- Ya me han visto tres médicos.
- Estoy seguro de haber oído a alguien.
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- Se equivoca de cabo a rabo.
- ¿Qué es esto?
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La escalera de incendios.
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Eso es una mesa. Esto es una habitación.
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Y eso la puerta de salida.
Le rogaría que la usara.
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- Quiero estar solo.
- Estará solo cuando le meta en la cárcel.
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No me venga con cuentos, Henderson.
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Cuidado. Viene por la otra puerta.
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Dentro, deprisa.
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Si les pilla, van directos a la trena.
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No dejen que les coja.
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- ¡Eh, usted!
- Voy.