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La manifestación más salvaje
de la naturaleza ahí fuera,
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y nosotros tres,
dichosos, aquí dentro.
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Quiero pensar
que Jehová, furioso,
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estaba apuntando
sus flechas luminosas a mi cabeza.
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A la erguida cabeza de George Gordon,
lord Byron, el gran pecador de lnglaterra.
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Pero no puedo ser tan presuntuoso.
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Seguramente
los truenos son para Shelley.
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Un aplauso del cielo
al mejor poeta de lnglaterra.
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- ¿Y por qué no para mi Mary?
- Es un ángel.
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¿En verdad lo crees?
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¿Lo oyes?
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Acércate, Mary.
Ven a ver la tormenta.
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Sabes que los truenos me asustan.
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Shelley, querido,
¿podrías encender las velas?
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Sí, cariño.
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Una criatura sorprendente.
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- ¿Yo, lord Byron?
- Temerosa del trueno y de la oscuridad.
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Y aun así, has escrito una historia
que me ha puesto los pelos de punta.
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Mírala, ¿no te parece increíble que
una cabeza tan bella ideara Frankenstein?
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Un monstruo creado a partir
de cadáveres robados de tumbas.
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- ¿No es asombroso?
- No sé de qué te sorprendes.
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¿Qué esperas?
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El público necesita algo
más fuerte que historias de amor.
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¿Por qué no escribir
sobre monstruos?
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No me extraña que Murray no lo
publicara. El público se escandalizaría.
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Creo que lo publicarán.
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Entonces, tendrás
que explicar muchas cosas.
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Los editores no entendieron
que quise escribir una lección moral
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sobre el castigo que recibiría el mortal
que se atreviese a imitar a Dios.
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Sea cual sea tu intención, disfruto
saboreando cada horror por separado.
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Los paladeo una y otra vez.
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No, lord Byron.
No me lo recuerdes esta noche.
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El camposanto, ¡qué marco
tan magnífico para empezar!
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Los sollozos de las mujeres, el primer
terrón sobre el ataúd. Escalofriante.