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Mi esposa está bien, señor.
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Y el niño está tan
crecido que no lo reconocí.
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No lo va a creer,
pero la muerte ya no me asusta.
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Me alegro, Tom.
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Mire, señor. Como la que me dio el
día que partimos a Tahití.
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Sabe, señor,
ese viaje parece un sueno.
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Tan lejos como están las islas.
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Recuerdo lo que el Sr. Christian
me dijo ese día.
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Me levantó el ánimo.
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¿Dónde cree que está ahora, señor?
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Daría todo por saberlo.
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Una cosa es segura, se llevó
el barco a tierras desconocidas.
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Me pregunto si encontró su isla.
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-Bien, señor, ¿qué encontró?
-Su nuevo hogar, muchachos.
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Ahí está, lsla Pitcairn.
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-No hay donde anclar.
-Por eso la elegí.
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Planeo entrar el Bounty de punta,
salvar lo que se pueda y quemarlo.
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-Seríamos tontos si lo quemáramos.
-Lo seríamos si no lo hiciéramos.
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Si queda algo a la vista,
nunca estaremos seguros.
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-No podemos quemar el barco.
-No podremos volver nunca.
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No hay vuelta atrás, muchacho.
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Una vez en tierra, nos quedamos
para siempre.
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El barco es lo que nos une a casa.
Es un lugar muy solitario para morir.
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Es suficiente para vivir.
Hay sol, tierra y agua.
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Puede ser el lnfierno o un hogar
según lo elijamos.
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Recordaremos esto para toda la
vida y nunca lo lamentaremos.
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Recuerden porqué tomamos el barco.
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Aquí nadie los presionará, hacer
pasar hambre ni azotará.
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No le tememos a una nueva vida.
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Siempre que la vivamos con decencia
y respeto, podemos y debemos.
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Por nosotros y nuestros hijos.
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Levanten la mano por quemarla.
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-Quemémoslo, casco y palos.
-Síi, sí.
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Muy bien. Las mujeres y niños a
tierra y luego lo entraré.