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¿Cómo le gustan a usted?
¿Morenas o rubias?
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¿Altas o bajas? ¿ Gordas o flacas?
¿Duras o tiernas?
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- ¿De qué está hablando?
- De mujeres. ¿Sabe lo que son?
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¡Oh!
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- Servicio a la carta.
- En otra ocasión, Cobb.
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De acuerdo. Usted es el jefe.
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Cuando le hierva la sangre,
avíseme y le atenderé.
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- Habla como si fueran ganado.
- Para gustos, no hay colores, señor.
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¿Son ciertas esas historias
que he oído sobre mi tío?
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Verá, señor, a veces se reunían
más de 20 en la casa.
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- ¿Veinte? ¿Qué hacía con tantas?
- Eso es algo que nunca descubrí.
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- ¡Eh! ¿Va a salir?
- Sí. ¿Es que no puedo?
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No. Nunca salga sin comunicárnoslo.
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- ¿Quiénes son ustedes?
- Sus guardaespaldas.
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- Ah, ¿sí?
- Sí.
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El Sr. Cobb dice que seamos su sombra.
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Un detalle, pero no quiero
que nadie sea mi sombra.
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Lo siento, pero son las órdenes.
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Le levantaremos por la mañana
y le acostaremos por la noche.
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Haga lo que haga, no veremos nada.
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- Eso puede ser divertido.
- A algunos les gusta.
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- ¿Me harían un favor antes?
- Claro.
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Guarda eso, tarugo. Lo que usted mande.
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- Saquen un baúl que tengo ahí.
- Claro.
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Será un placer.
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¡Somos sus guardaespaldas!
¡No puede hacernos esto!