A Day at the Races
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No puede. Es un prodigio.
Lo compré por poco. Sôlo $ 1 500.

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¿Mil quinientos dôlares?
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Es todo el dinero que tenías.
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Todavía canto en el casino.
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Devuelve el caballo enseguida
y recupera tu dinero.

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Debes seguir con tu mûsica.
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Necesitas mâs dinero
del que ganaría cantando.

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No importa. Quiero que seas un gran
cantante. No un espía de hipôdromo.

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Un momento. ¡Eso no es justo!
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-¿Lo devolverâs?
-No puedo. Acabo de comprarlo.

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No quieres. Prefieres apostar
a un caballo y no a ti.

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-¡Qué ingrata!
-Pero, ¿qué debo agradecer?

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Arriesgas tu carrera
y nuestra felicidad.

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Toma. Toma tu caballo. Y espero
que seas muy feliz con él.

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Voy a donde me entiendan.
Al Dr. Hackenbush.

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¿Dr. Hackenbush? ¿Tiene sanatorio?
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El mâs grande de Florida,
eso me dijo. Nunca fui.

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Hugo... digo, el Dr. Hackenbush,
siempre me trataba en casa.

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No supe que estaba enferma
hasta conocerlo.

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Con permiso.
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Muchos clientes
desde que viene "Hackenapuss" .

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-¿Dijo Hackenbush?
-Sí.

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Me pregunto si es el mismo.
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¿De dônde viene?
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-¿De dônde viene el suyo?
-Palmville, Florida.

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¡Ése es!
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Pero... ¡Judy!
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¿Por qué no me dijiste
que venía el Dr. Hackenbush?


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