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Una negra dos veces a la
semana.
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-¿Te prepara el desayuno?
-A veces un zumo.
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-Suelo desayunar en el bar.
-¡Qué maravilla!
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Rodeado de extraños. Gente
a la que no aborreces.
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No tienes que sonreírle a él
y a su hija día tras día.
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¿Qué hija? ¿La niña del piano?
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Si, Lola. Vive con nosotros.
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La quiere mucho más que a mí.
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-¿Te has planteado el divorcio?
-Se niega a concedérmelo.
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-Le costaría mucho dinero.
-No lo tiene desde lo del petróleo.
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-Pero sí al casarte.
-Era rico...
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...y yo deseaba un hogar.
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¿Por qué no?
No es esa la única razón.
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Durante mucho tiempo fui
enfermera de su esposa.
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Su muerte le afectó mucho.
Me daba lástima.
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-Y ahora le odias.
-Sí, Walter. Me trata mal.
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Cada vez que me compro algo
se pone hecho una fiera.
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No me deja salir. Es un tacaño.
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Hasta el seguro de vida lo
tiene a nombre de su hija.
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-Lola.
-¿Y para ti nada?
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No. Me desprecia.
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Te despiertas por la noche, y al
oírle roncar te vienen las ideas.
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No quiero matarle.
Nunca lo deseé.
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Ni siquiera cuando se
emborracha y me pega.
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Pero a veces deseas su muerte.
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-Alguna vez.
-En un accidente.
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Y cobrar un seguro de cincuenta
mil dólares, ¿no es así?
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Puede ser.
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La otra noche vino borracho
de una fiesta.
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Se quedó dormido en el garaje,
con el motor en marcha.
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Pensé en no apagar el motor...
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...y dejarle encerrado
en el garaje.
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Escúchame bien. Si estuviera
asegurado con nosotros,...
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...para un tipo como Keyes
sería coser y cantar.
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En tres minutos sabría que
no fue un accidente.