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Ni siquiera hablar por teléfono.
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Por lo menos desde su casa
o mi despacho.
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Así que ella pasaba todas
las mañanas a las once...
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...y yo iba cuando quería verla.
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Me la encontraba
como por casualidad.
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-Walter, desde ayer...
-Baja la voz.
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-Quiero hablar contigo.
-Primero yo.
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Está todo listo. Tengo la
póliza de accidente...
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...y el cheque. Creyó que me
pagaba el seguro de los coches.
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Va a nombre de la compañía.
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Tendrás que mandar uno para
pagar el de los coches.
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Es natural porque uno está
a tu nombre. Abre el bolso.
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-¿Puedes abrir su caja fuerte?
-Sí, ambos tenemos llaves.
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Todavía no guardes la
póliza. Ya te avisaré.
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Recuerda, jamás la viste,
ni la tocaste.
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-No soy boba.
-Bueno, ¿cuándo sale el tren?
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-No se va. Eso quería decirte.
-¿Qué?
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-Por eso te buscaba.
-¿Qué ha pasado?
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Señor, ¿puede alcanzarme aquel
cartón de papilla? Ese de ahí.
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Siempre ponen en el último
estante justo lo que necesito.
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-Sigue, te escucho.
-Se cayó y se rompió la pierna.
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-¿La pierna?
-¿Qué hacemos ahora, Walter?
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-Nada, esperar.
-¿Esperar a qué?
:39:29
Que pueda tomar el tren. Ya
te dije que tiene que ser el tren.
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No podemos esperar.
Ya no aguanto más.
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No vamos a matarle
de un martillazo.
:39:36
-Hay otras maneras.
-Lo haremos así.
:39:39
No podemos esperar. ¿Qué
pasará si descubre la póliza?
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-Mucho, pero no nos colgarán.
-Ni lo menciones.
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-No podemos perder la cabeza.
-Como sigamos así, enloqueceré.
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Disculpe.
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-Se hará como te dije.
-La espera me mata.