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Te espero, pero dile que no
se eternice.
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Dime.
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En el de las diez y cuarto, de
Glendale. Le acompañaré.
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El mismo callejón. Y los tres
bocinazos. ¿Algo más?
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No. ¿Qué color elegiste?
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Azul marino. La pierna izquierda.
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-Sí, muy bien.
-Ya está, Walter.
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Tiemblo al pensarlo, pero
mejor acabar cuanto antes.
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Te quiero, Walter. Adiós.
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-Discúlpame.
-¿Qué pasa?
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¿Te persiguen las mujeres
o no es asunto mío?
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-Quizá fuera una cliente.
-¿Pretendes que me lo crea?
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¿Por qué no te casas?
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-Cásate tú.
-Estuve a punto.
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Hace mucho tiempo.
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Mira, Keyes, debo ver a un...
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Teníamos la iglesia. Ella
vestía un traje de satén blanco.
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Yo iba a la joyería a
comprar el anillo...
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...cuando el enanito me advirtió.
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-Y comenzaste a investigar.
-Sí. Y hay que ver lo que salió.
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Se teñía el pelo desde los
dieciséis años...
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...y su madre tenía tendencia
a la demencia.
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Además, estaba casada con un
jugador profesional de Baltimore.
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-En cuanto a su hermano...
-Me lo imagino.
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Un canalla de una familia
de sinvergüenzas.
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Eso es, eso es.
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¿Qué le digo a Norton?
¿Qué te parece la oferta?
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No me interesa. Gracias de
todos modos, Keyes.
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De nada, de nada. Pero
escúchame bien.
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Te ofrecí el empleo no porque
te considere más listo...
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...sino por considerarte menos
tonto que el resto.
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Me equivoqué.
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No eres más listo,
simplemente más alto.
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Sí, Keyes...
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...el destino que te comentaba
sólo aplazó los acontecimientos.