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La habían estrangulado.
Su bello rostro estaba...
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No, no puedo vivir aquí.
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¿Qué te parece si quitamos de en medio
todo lo que te recuerda a ella?
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El cuadro y todos los muebles.
Y lo encerramos para que no lo veas.
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La transformaremos en otra casa,
con cosas nuevas y preciosas...
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para una vida nueva y preciosa.
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Sí, y más tarde invitaremos a gente
y volveremos a dar fiestas.
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- ¿No quieres?
- Más adelante sí, pero aún no.
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Pasemos nuestra luna de miel
aquí solos durante un tiempo.
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- Sí, pero...
- Ya lo sé.
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Más adelante.
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Bueno, ¿dónde metemos todo esto?
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Hay un desván bajo el tejado.
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Sus baúles y su vestuario están allí.
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Entonces también llevaremos todo esto
allí y lo entablaremos...
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para que no tengas que volver a verlo
ni pensar en ello.
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Ese piano iba con ella a todas partes
en sus días de gloria.
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Habrá que afinarlo.
Mira, algunas de sus partituras.
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La de Teodora, tal como la dejó.
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Las enviaremos arriba junto a lo demás.
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No, la música no.
Quizá me apetezca volver a estudiar.
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Me gustaría poder estudiar sus partituras.
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- ¿Por qué tocas eso?
- ¿Por qué no?
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Era su mejor canción.
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Siempre la usaba en el último bis
de sus conciertos.
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Era la favorita de todo el mundo.
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Una vieja carta.
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"Querida Srta. Alquist:
Le ruego vernos otra vez.
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"La he seguido hasta Londres."