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Tienes delante a un hombre
a quien acaban de echar
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sin ningún miramiento.
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Sr. Lacenaire.
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Te aseguro que no Io lamento.
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Pienso que se van a matar
mañana por una mujer,
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y por culpa mía.
Es reconfortante.
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Un duelo.
¿ Volveremos a ser testigos?
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No, esta vez dudo
que nos elijan.
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Qué pena. Me gustan los duelos.
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Quizá podamos arreglarlo.
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De todos modos,
si no es en un duelo
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puedes ser testigo
en otra cosa.
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Porque sea como sea,
en este asunto de honor,
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he sido yo, Lacenaire,
el ofendido.
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Sí, ofendido, insultado,
humillado incluso.
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¡Me han echado a la calle
ignominiosamente!
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Qué bella es la luz de la luna.
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Mire, Baptiste.
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Brilla para nosotros
como la primera noche.
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Y, como la primera noche,
la ventana está abierta.
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Es maravilloso,
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todo está igual.
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No ha cambiado nada.
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La mesa en el mismo sitio,
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la cama donde yo dormía...
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Usted tampoco ha cambiado.
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En su voz hay
la misma dulzura,
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en su ojos la misma luz.
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Un pequeño fulgor.