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Ahora he perdido el hilo.
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- Pensabas en mí, pichoncito.
- Sí.
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En tus adorables brazos,
tus pequeñas manos
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y tu encantador cuello.
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Deja que te dé un beso.
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¡Ojalá no tuvieras que irte!
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Yo también
preferiría quedarme y cuidar de ti.
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¿Por qué no lo haces?
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Ya lo sabes,
no sé estar sin hacer nada.
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Pero,
si me ocupara de tus negocios...
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¡De eso me encargo yo perfectamente!
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No confías en mí.
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- Me fío de ti, pero...
- ¡No, no te fías de mí!
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Eso me ofende
y perturba nuestra felicidad.
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Te fías de todos, menos de mí.
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Te tragas el anzuelo
de cualquier cuentista.
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¿Pero qué sabes tú de negocios?
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Sin duda,
más que tú, querida.
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La última vez me dijiste
que los bancos se iban a hundir.
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Querías que guardara
todo mi dinero en casa.
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¡Menos mal que no te hice caso!
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Está bien,
no se hable más.
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- No te enfades, pichón.
- No me enfado, querida.
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Sólo quiero evitar que inviertas
tu dinero en negocios ridículos.
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- Sin valor.
- No todos lo son.
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Todos ellos.
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Bueno, yo aún tengo fe en la
Compañía Eléctrica del Pacífico.
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- ¿Qué es eso?
- Ya te lo he dicho.
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Una máquina flotante.
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Las ruedas giran
y generan electricidad con las olas.
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¿Y cuando el mar está tranquilo?
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No seas pesimista.
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A eso me refería,
malgastas tu dinero en tonterías.
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La inflación está ahí,
pronto el dinero no valdrá nada.
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- ¿Y tú qué haces?
- ¿Qué quieres que haga?
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Invierte de forma inteligente
o por lo menos segura.
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Tierra, casas o joyas,
un amigo mío vende antigüedades...
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¡Es gracioso!