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¡Bonheur!
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Entonces... ¡Buenas noches!
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- ¡Pichoncito!
- ¿Quiénes son?
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Los conocí en las carreras.
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Ten cuidado, eres muy confiada
y pueden aprovecharse de ti.
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- No importa, ¿has sido bueno?
- ¡Qué pregunta!
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¿Has coqueteado con las nativas?
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¡Qué cosas piensas!
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Cuando no estás,
se me pasa de todo por la cabeza.
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Yo, sólo pienso en ti.
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¿De veras?
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A todas horas, en el camarote
o en la cubierta de popa,
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siempre estoy pensando en ti:
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en lo que haces, con quién estarás...
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¡Mi pichoncito!
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Después, por la noche, bajo un manto
de estrellas tropicales
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con los dulces compases de un vals
vienés sonando en el salón...
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- ¿Música en un barco de mercancías?
- Tenemos una radio.
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¡Claro!
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Ahora he perdido el hilo.
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- Pensabas en mí, pichoncito.
- Sí.
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En tus adorables brazos,
tus pequeñas manos
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y tu encantador cuello.
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Deja que te dé un beso.
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¡Ojalá no tuvieras que irte!
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Yo también
preferiría quedarme y cuidar de ti.
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¿Por qué no lo haces?
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Ya lo sabes,
no sé estar sin hacer nada.
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Pero,
si me ocupara de tus negocios...
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¡De eso me encargo yo perfectamente!
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No confías en mí.
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- Me fío de ti, pero...
- ¡No, no te fías de mí!
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Eso me ofende
y perturba nuestra felicidad.
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Te fías de todos, menos de mí.
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Te tragas el anzuelo
de cualquier cuentista.
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¿Pero qué sabes tú de negocios?
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Sin duda,
más que tú, querida.
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La última vez me dijiste
que los bancos se iban a hundir.