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A mi marido le aprietan los zapatos.
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- Crujen y el izquierdo no le está bien.
- No se queje, Sra. Burda.
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A veces pienso
que los zapatos tienen vida propia.
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Los que crujen
no quieren irse del taller
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y a los que aprietan
no les cae bien su dueño.
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Anda, Hans, arregla los zapatos.
Bastantes preocupaciones tengo ya.
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Si le duelen los pies al Sr. Burda,
nos saca a todos de quicio.
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Hans, ¿qué historias te inventabas
sobre Copenhague?
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Soñaba que tenía
la mejor zapatería de Copenhague.
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Yo no era un zapatero remendón.
Los clientes tenían que pedir cita.
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Les miraba la cara
antes de mirar los zapatos
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y, si no me caían bien, no les atendía.
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¿Sabes que la gente...?
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¿Adónde vas? ¿No quieres oír el resto?
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- ¿Y eso?
- Tu maleta. Ya está hecha, Hans.
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- ¿Mi maleta?
- Vete a Copenhague ahora mismo.
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¿Estás loco, Peter?
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Te contaba una historia.
¿No lo has entendido así?
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Claro que sí, pero seguro
que será como te lo imaginas,
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con grandes carruajes
tirados por bellos caballos
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y hermosas casas de tres pisos de alto.
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¿No quieres verlo por ti mismo?
No está tan lejos y tienes la maleta hecha.
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Sólo tienes que salir por esa puerta.
¡Corre! Antes de que te arrepientas.
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¿Antes de que me arrepienta? ¿Quién
ha dicho que me iba, así de repente?
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¿Qué mosca te ha picado?
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Te habías olvidado de Copenhague
durante muchos años.
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Igual te olvidas otra vez
y serás demasiado viejo para ir.
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Algún día iré a Copenhague.
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- De eso estoy seguro.
- ¿Quién sabe?
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¿Ha ido alguien del pueblo a Copenhague?
Claro que no.
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Siempre lo dejan para otro día.
Hans, tú serás el primero.
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Qué revuelo se armará mañana.
No hablarán de otra cosa durante días.