Julius Caesar
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que a veces se apodera
de cualquier hombre.

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Pero esto no te deja comer,
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ni hablar,
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ni dormir.
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Y si hubiera mudado tu semblante
como tu condición,

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ahora no te conocería, Bruto.
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Querido,
cuéntame la causa de tu pesar.

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No estoy bien de salud.
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Bruto es juicioso.
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Si no gozase de salud,
buscaría los medios para recobrarla.

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Ya lo hago.
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Porcia, vuelve al lecho.
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¿Está Bruto enfermo
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y aspira las emanaciones
de la húmeda madrugada?

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¿Por qué, si está enfermo,
abandona su sano lecho

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para exponerse a la cruel noche
y aumentar así la enfermedad?

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No, Bruto.
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Ocultas una dolencia
que carcome tu alma.

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Como esposa tuya que soy
tengo derecho a saberlo.

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Y de rodillas te suplico,
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por tus promesas de amor
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y aquel juramento
que hizo de los dos uno solo,

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que me confíes a mí, tu otra mitad,
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por qué estás tan afligido.
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Y qué hombres vinieron esta noche.
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Había 6 ó 7 que ocultaban su rostro
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aun de la misma oscuridad.
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- No te arrodilles, dulce Porcia.
- No lo haría si tú lo fueras.

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Dime, Bruto,
en el compromiso de matrimonio,

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¿se estipuló que yo debía ignorar
los secretos que te conciernen?

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¿Somos uno
y sólo puedo acompañarte a la mesa?

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¿Sólo me está permitido compartir
tu lecho y hablarte a veces?

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¿Sólo hay lugar para mí
en tus ratos de placer?

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Entonces no soy tu esposa,
sino tu ramera, Bruto.

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Eres mi honrada y fiel esposa.
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Tan amada por mí
como las gotas de mi sangre.

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Si así fuera,
me confiarías tu secreto.

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Sólo hay una mujer,
aquella que Bruto eligió como esposa.


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