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Con esto entierro mi enojo, Casio.
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Mi corazón desea este noble brindis.
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Pasa, Lucilio.
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Bienvenido, Mesala.
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Ahora sentémonos y examinemos
nuestra situación y necesidades.
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- Porcia, nos has dejado.
- Basta, te lo suplico.
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He recibido noticias
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de que Octavio y Antonio
avanzan con fuerza hacia nosotros
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dirigiendo su expedición
hacia Filipos.
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- Eso dicen mis cartas.
- ¿Qué más añaden?
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Que por ciertos decretos,
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Octavio y Antonio han condenado
a muerte a cien senadores.
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No concuerdan,
las mías hablan de 70.
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Cicerón es uno de ellos.
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¿Cicerón?
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Ha muerto
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por esa orden de proscripción.
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¿Habéis recibido
carta de vuestra esposa?
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No, Mesala.
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- ¿Ni noticias de ella?
- Ninguna.
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¿Qué opináis de acelerar
la marcha sobre Filipos?
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- ¡A mí no me parece conveniente!
- ¿Por qué?
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Es preferible
que el enemigo nos busque.
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Así debilitará sus recursos
y fatigará a sus soldados.
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Mientras nosotros
descansamos para la defensa.
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Los buenos argumentos
deben ceder ante los mejores.
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La gente de esta región
nos tiene un afecto forzado.
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- ¡Escúchame!
- Permíteme continuar.
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Hemos puesto a prueba
a nuestros amigos.
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Las legiones están completas
nuestra causa, madura.
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El enemigo crece diariamente,
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y nosotros estamos
a punto de declinar.
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En los asuntos humanos
hay una marea.
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Tomada en pleamar
conduce a la fortuna.
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Si se descuida,