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Cuando lo encuentre,
lo enviamos a Ginebra.
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¿Tienen quejas?
¡Hablen, por favor!
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No tengan miedo de hablar.
Para eso es la Convención de Ginebra,
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para proteger a los prisioneros de guerra,
americanos o alemanes.
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- ¿Qué opina usted?
- Estoy bien aquí.
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- ¿Y usted?
- Bien, después de todo.
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¿Qué le ha pasado a usted?
¿Le han pegado?
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¿Por qué no responde?
¿Qué le han hecho?
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No me han hecho nada.
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- ¿Quién le golpeó?
- Nadie.
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Fue jugando al pinacle.
Es un juego violento.
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Disculpe, señor,
ya que quiere que hablemos.
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Anoche se llevaron
a un compañero de este barracón.
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Apreciaríamos que lo investiguen,
si es que no le han disparado ya.
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- ¿Por qué le arrestaron?
- Sabotaje. Voló un tren.
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¿No deberían probarlo antes?
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¿No dice la Convención de Ginebra
que no se dispare a nadie?
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¡No fui yo!
¡No fui yo!
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Claro que sí. 26 vagones con municiones
volaron como si fueran de juguete.
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Los de la SS
andan por ahí como locos.
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La Gestapo
está arrestando a inocentes.
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Y von Scherbach ha cogido al incauto.
Muy divertido, ¿verdad?
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No sea grosero otra vez.
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Quiero dormir.
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Las 9:30. El general von Pfeffinger
estará ya en su despacho.
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¿Llamamos a Berlín
para darle la buena noticia?
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Yo no fui.
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Espero que aprecie este momento,
teniente.
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Soy un soldado de caballería.
Como todos los von Scherbach.
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Ya sabe
lo que le pasó a la caballería.