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Marcelo Galio, tribuno de Roma.
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Pedro, pescador de Galilea.
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Honras a un humilde servidor
del imperio, tribuno.
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Creo que el honor es mío.
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Acercaos todos.
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Niños, sentaos.
Acercaos todos.
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Sentaos, quiero deciros algo.
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Vecinos y amigos, muchos de nosotros
tuvimos el privilegio de conocer al maestro.
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Pero nadie estaba tan cerca de él
como nuestro amigo Simón de Galilea,
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a quien amaba como a su propio hermano,
y a quien llamó Pedro.
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La terrible noche en la que fue traicionado,
cuando algunos dudaron y le abandonaron,
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sólo Pedro se mantuvo
inquebrantable y leal hasta el final.
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Podrás hablar enseguida, Pedro.
Ahora me toca a mí.
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Así que, vecinos, en este día feliz,
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os doy la bienvenida
para que honréis...
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Deteneos. ¡Deteneos!
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Parad. Quedaos donde estáis.
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Avanzad. Avanzad.
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Alto.
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Y bien, tribuno.
¿Qué ordenas?
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Centurión, ¿bajo qué autoridad
atacas a esta gente?
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No la necesito para limpiar
un nido de traidores.
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- Retira a tus hombres.
- ¿Y tu autoridad, tribuno?
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- Una comisión imperial.
- Sé que la tienes.
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Pero ya no tiene vigencia.
Tiberio ha muerto.
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Calígula es el emperador.
Un duro golpe, ¿no?
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- Soldados.
- Espera.