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¡Rápido, amiguitos,
rápido! ¡Bajen la cabeza!
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¡Vengan, mis hombres!¡Todos!
Tomaremos el camino de la costa,
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pero no se alejen de los árboles.
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¡Y repito, Sire!¡Nunca ha
habido tan infame traición!
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No sólo es éste el Zorro Negro, sino
que él y su despreciable cómplice
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tienen el vergonzoso descaro de esconder
en este castillo al miserable niño
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¡A quien ellos quisieran
poner en el trono!
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-¿Cómo?¿Qué dices, Ravenhurst?
-Lo repito: el niño que ellos quieren poner en su trono.
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-¿El niño...con la pimpinela púrpura?
-El mismo, Sire.
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¡Traigan el cesto!
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¡Déjenme ver a ese fraude, ese
charlatán! Rápido, tráiganlo acá.
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¡En un momento, Sire!. Pero primero pronuncie
su sentencia sobre esta pareja inmunda.
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Yo sé lo ansioso que estará de
deshacerse de estos villanos,
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para poder proceder al festín y la
juerga. ¡Sire, acuso a estos impostores
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del más vil crimen de
lesa majestad, y demando
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que se les aplique la mayor pena, y nos
deshagamos de ellos en menos de una hora!
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Le digo, sire, que el hacha del verdugo
es poco para estos viles traidores.
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¡Deben ser empalados,
y asados como jabalíes!
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-Sí, ¡Muerte a ambos!
-Padre,
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Yo digo que Ravenhurst miente. Este es Giacomo,
rey de los bufones, y nunca el Zorro Negro.