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Cuando era pequeño, ¿qué
le leía el aya antes de dormir?
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-Déjeme pensar...
-¿Las Memorias de Casanova?
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Cada noche. Y, después,
apagábamos la luz.
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¿''Apagábamos''?
Era sólo así de alto.
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Debió de ser un niño feliz.
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Sí.
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-Y mujeres...
-Mujeres.
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-Ha conocido a unas pocas, ¿verdad?
-No sé.
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-Quizá ''pocas'' no sea la palabra.
-Digamos que no es precisa.
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Disculpe, Sr. Ferrante. ¿Desea
que le reserve esta mesa cada noche?
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-¿Por qué no?
-Gracias.
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-¿Por dónde íbamos?
-Todas estaban locamente enamoradas de ti.
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-Lo dudo.
-No las has respetado demasiado.
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-Al contrario.
-Siempre ha sido justo con ellas.
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He sido más que justo.
Las idealizo.
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A cada mujer que conozco
la pongo aquí.
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Claro que, cuanto mejor la conozco...
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Resulta difícil mantenerlas ahí.
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El pedestal se tambalea pronto
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y después se cae.
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C'est la vie. Etcétera.
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Ahora, hablemos de Ud.
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No. Esta noche no.
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Hablaremos de mí en otro momento.
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-No tenemos planes para mañana.
-Yo sí.
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Oh, no. Hablaremos de mí mañana.
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Qué día tan hermoso.
Hace mucho calor.
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Gracias.
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¿Por dónde íbamos?
lba a contarme dónde nació.
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-Eso es. Pues...
-¿Sr. Ferrante? Telegrama.
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Gracias.
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Disculpe, Srta. McKay.
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-¿Srta. McKay?
-¿Sí?