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¡Raymond!
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Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis,
siete, ocho, nueve, diez...
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...noventa y seis, 97, 98, 99, 100.
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Lluvia del cielo, por favor.
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Ya no queda.
Tendrás que ir a bañarte.
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Es maravilloso, Raymond.
Es como nadar en terciopelo fresco.
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- El terciopelo siempre está caliente.
- Entonces en seda fresca.
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- ¿Sabes dónde quisiera estar ahora?
- Justo donde estás.
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Lo has adivinado.
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¡Eh, apártate!
Tengo que ejercitarme.
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Mira. Ahí viene la mujer langosta.
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¿Quién soy?
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- Maravillosa. Es una buena chica.
- Sí.
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- Me alegro de que te guste.
- Es fácil.
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Es divertida y sin pretensiones.
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Me alegra que plantaras
a Yvonne Marie antes del verano.
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Nunca la hubiera traído aquí.
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De haberla conocido en abril,
lo hubieras hecho.
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Por eso la conocí en noviembre.
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Raymond, te daría un beso
por la sombrilla, pero estás en el sol.
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- He mezclado tres aceites diferentes.
- Ingenioso.
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Pero no te garantizo que no te peles.
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No estoy en situación de exigir
garantías de nada.
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Mientras bajaba, mi cabeza zumbaba.
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- ¿En serio?
- Sí.
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¿Tú qué prefieres tener, Cecile,
joyas o pieles?
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Ni una cosa ni la otra.
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Dicen que las joyas
son una buena inversión.
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Y claro, puedes llevarlas
todo el año.
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Pero las pieles son muy agradables
bajo los pies.
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¿Es que piensas celebrar
otro cumpleaños?
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No. Y tampoco es una insinuación.
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Era una pregunta sin más.
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Cuando vayamos al casino
el viernes por la noche...
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...pareceré un viejo papel pintado.