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Yo me alejaba
a escribir postales, cartas...
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...y mi diario en tercera persona
hasta la hora...
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...de encontrarnos junto
a las casetas, en la calle.
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Cuando se iba, le seguían.
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¿Quién le seguía?
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Los jòvenes que habían saltado
desde la playa pública.
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Repartía propinas como si...
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...le hubieran limpiado los zapatos
o llamado un taxi.
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Cada día,
el grupo era màs grande...
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...màs ruidoso, màs codicioso.
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Por fin dejamos de ir allí.
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¿Y después, qué? ¿Después
de dejar de ir a esa playa?
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Entonces, un día...
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...unos días después
de dejar de ir a esa playa...
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...la luminosidad era radiante.
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No era un caluroso día azul,
era un radiante día blanco.
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Comimos tarde en un feo
y solitario restaurante.
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Él iba de blanco,
como el tiempo.
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Llevaba un traje de seda blanco,
corbata blanca y sombrero blanco.
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No dejaba de tocarse
la cara y el cuello con...
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...un pañuelo de seda blanco...
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...ni dejaba de tomar
píldoras blancas.
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Yo sabía que sufría por
su corazòn y eso le asustaba.
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"Vamos al norte", repetía.
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"Hemos agotado Cabeza de Lobo.
Està agotado, ¿no crees?"
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Yo así lo creía.
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Ahí estaban esos chicos
de la playa...
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...junto a la verja
que separaba el restaurante.
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Nuestra mesa estaba a menos
de 1 metro de la valla.
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Y esos chicos...
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Había muchísimos.
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Parecían pàjaros desplumados...
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...que se apiñaban
contra la valla...
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...como empujados por el aire...
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...el caliente y blanco
aire del mar.
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Y todos gritaban:
"¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!"