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- Yo no soy una de esas.
- Ya era hora.
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- ¿Y por qué te ríes?
- Me caes simpático, ¿sabes?
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Después de llevar tantos años aquí
nadie sabe quien soy.
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Corazón contento,
lengua al viento.
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Delante de mi casa
había un viejo, un tipo rico.
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Se lo comían los millones.
Iba vestido a lo Robespierre,
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llevaba bigote, bastón,
parecía un emperador.
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¿Sabes como amasó su dinero?
Durante el fascismo.
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Mussolini va y le dice:
Hazme un barrio para el pueblo.
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El que después
iba a ser Pietrarancio.
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- Toma, te paso a esta flaca.
- El tipo construye la primera casa,
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con todas sus paredes maestras,
con todos sus retretes,
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y menudos retretes,
se podía comer en ellos.
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Mussolini va y le dice:
Bravo, es así como yo lo quería.
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Y ese maldito hijo de perra.
Tan pronto como se fue el Duce,
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se puso a hacer los retretes
y se olvidó de hacer las casas.
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Ahora a ese barrio
lo llaman Retretonia.
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Toda una explanada
llena de váteres, ¿te imaginas?
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Qué feísimo era ese viejo,
madre mía.
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Le contagiaron una enfermedad
en África que le dejó...
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la cara llena de agujeros. Tenía
asma, reuma, padecía del corazón,
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tenía colitis y hasta diabetes.
Olía siempre que apestaba.
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¿Era cristiano, al menos?
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Tenía sesenta y cinco años
y yo catorce.
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Me casé con el uniforme
de las juventudes fascistas.
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- ¿Y no se habrá curado?
- Madre mía, qué viejo era.
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Parecía que le quedaban dos días
de vida. Se le caía la baba al pobre.