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intentar colocarle en una obra como
peón. Es todo lo que puedo hacer.
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¿Bromea usted, Padre? ¿Cree
que he traído un hijo al mundo...
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para que trabaje de peón?
Yo quiero para él un trabajo decente,
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un trabajo que
le ofrezca un porvenir.
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Sí, pero sobre la nada
no se construye nada.
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Usted quiere construir el porvenir
de su hijo sobre la nada.
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Lo sé. Padre, perdone, ¿es que
no conoce usted a ese señor...
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que viene aquí siempre a oír misa?
Se llama Pellissier.
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Tiene mujer y una hija.
¿Le conoce usted?
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Claro que le conozco,
y muy bien.
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Ese señor tiene un local
en Trastevere, uno de los mejores...
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me han dicho, donde va a comer mucha
gente elegante: Artistas, abogados.
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¿No podría usted hablarle para ver
si tiene un puesto para mi hijo?
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Ya veo que no quiere entenderme.
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Tiene usted grandes
responsabilidades hacia su hijo.
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Dígame, ¿qué hay
de esas responsabilidades?
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- ¿Y qué demonios tengo que hacer?
- Es muy sencillo. Empezar con...
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humildad por donde hay que empezar,
desde cero. Mándele a la escuela.
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Que aprenda un oficio,
eso es lo que importa.
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Un oficio.
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Claro.
- ¿Me lo promete?
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Haré lo que pueda, Padre.
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Se lo prometo.
Hasta pronto, Padre.
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Adiós.
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- Este tiene el as.
- ¡Qué suerte tengo!
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Me toca a mí.
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¡Tira esa carta ya! ¿Es que estás
dormido? Ya he perdido mucho dinero.
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¿Y qué tiro, si tengo
una porquería de cartas?
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Ahí viene Bruna.
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- Hola. ¿Es que no saludas?
- Hoy Bruna está tímida.
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¡Oye, Bruna!
¿Vas a coger margaritas?
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¡No, voy a coger lagartijas!