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- No puedes.
- Pero no tengo ninguna aventura.
- Eso no importa.
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- ¿No se es inocente hasta que se prueba lo contrario?
- ¡No con tu mujer!
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- ¿Significa que no puedo hacer nada?
- Sí, una cosa.
- ¿Qué?
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Lo confiesas y le pides perdón.
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- ¿Por qué?
- Por tu aventura.
- ¡Pero si no tengo ninguna!
- Lo sé.
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Sería el primero que miente
para atribuirse una aventura.
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Tú sabes que no tienes ninguna. Pero
tu mujer está segura de que la tienes.
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- Así que no seas terco. ¡Admítelo!
- No sé...
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Judy te quiere. Pero es una mujer.
¿Y qué mujer no quiere
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- que su marido se arrastre ante ella?
- ¿Crees que funcionará?
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Segurísimo. La mayoría de mujeres
intentan colgarle algo a sus maridos.
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Bien, Arnold, seguiré tu consejo.
Le confesaré la aventura,
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- le rogaré que me perdone, y ya está.
- No es tan fácil.
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¿Qué más quiere?
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Mucho. Siempre quieren saber:
¿Quién es? ¿Qué aspecto tiene?
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¿Cuántos años tiene? ¿La amas?
¿Os ha visto juntos alguno
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- de los amigos de Judy?
- ¿Todo eso preguntan?
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Sí. Y queda lo más importante:
¿valió la pena?
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- ¿Y la valió?
- No. Aunque haya sido fantástico,
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tú tienes que decir que no.
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No puedo contestar todo eso.
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Tienes que hacerlo. Si no, pensará
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que tuviste docenas
y que no distingues a una de la otra.
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Tienes que contestar así, al instante.
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- ¿Así?
- ¡Puedo decirte lo que pasará cuando pidas clemencia!
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¡No pediré clemencia! ¡Soy inocente!
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¡Arnold, se marcha en serio!