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Mientras haya por ahí tipos como él,
ninguna está a salvo.
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Harold venía a casa,
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se tomaba tres copas
y se ponía a hablar de su libertad.
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Libertad.
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Son como niños, ¿sabes?
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Pero creo... que son...
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muy gen... monos. ¡Muy monos!
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Me gustan mucho.
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Claro que lo son, pero
con nosotras es distinto.
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Una mujer nunca es libre del todo
hasta que se casa.
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Entonces es libre de disfrutar de la vida,
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puede gastar dinero, dinero, dinero,
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tener amantes y lograr que la cuiden.
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Por eso los hombres tienen
que estar controlados.
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- Exacto.
- Por el bien del hogar.
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Lo que hay que hacer es
no dejar que se confíen, ¿sabes?
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Voy a enseñarte una cosa.
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La puerta está cerrada.
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Ellos no nos oyen y
nosotras a ellos tampoco.
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Observa.
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¡Harold!
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Exactamente. ¿Sí, cariño?
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- Te he oído.
- ¿Qué has oído, cariño?
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¡Lo sabes perfectamente!
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Pues no, pero si querías...
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Mira, mejor no hablarlo
delante de otras personas.
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Sí, pero tú...
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Ya hablaremos al llegar a casa.
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¿Ves? Siempre se sienten
culpables por alguna cosa.
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¡Bien!
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¡Muy bien, muy bien!
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Así que él le dice: "Sam, tú no puedes".