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Cada uno tiene su pasión.
La mía es la pesca.
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¿Cuál es la suya, señor Bond?
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Pues... no soy lo que se diría
un hombre apasionado.
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Creo que es hora
de que vaya a cambiarme.
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Déjeme que le muestre el lugar.
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Oh, me encantaría.
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Me lo imaginaba.
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¡Plato!
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¡No podría ser más fácil!
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- ¿Puede pedir uno por mí?
- Claro. ¡Plato!
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Parece muy difícil.
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- No, pues no lo es, ¿verdad?
- No...
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Capturo peces de presa
para varias instituciones marinas.
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Son unos animales magníficos.
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Encantadores.
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Los célebres tiburones de la Gruta
Dorada. Los más feroces y peligrosos.
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Saben cuando es hora de comer.
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- Ese barco, ¿es suyo?
- ¿El Disco Volante? Sí.
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- Estoy muy orgulloso de él.
- ¿Cuánto alcanza? ¿Unos 15 nudos?
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Más que eso. Casi 20.
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Quizá le gustaría subir a bordo.
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Si, me gustaría mucho.
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- Emilio, ya está la comida.
- Gracias, cariño.
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Quédese a tomar crema de caracola,
señor Bond.
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Dominó, pensé que,
como voy a estar ocupado esta tarde,
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el señor Bond podría
acompañarte al Junkanoo.
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Es nuestro carnaval local.
Sería mi invitado.
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- Es muy amable por su parte.
- El placer es mío.
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- ¡Oh, hola!
- Oh, hola.
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Bond debe de tener
muy buen concepto de sí mismo.
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- ¿Concepto?
- Sí.
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Tiene otra cita conmigo.
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Disculpe.