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- que nuestra reina no es su esposa.
- ¿Y lo es?
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¿Lo es?
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¿Prometéis que lo que digamos aquí
queda entre nosotros?
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De acuerdo.
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¿Y si el rey os ordenara que le repitáis
lo que yo haya dicho?
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Mantendría mi palabra.
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En tal caso, ¿en qué ha quedado
vuestro juramento de obediencia al rey?
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¡Estáis tendiéndome una trampa!
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No, así son nuestros tiempos.
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Estamos en guerra con el Papa.
El Papa es un príncipe, ¿verdad?
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Sí. También es descendiente de San Pedro,
nuestro único eslabón con Cristo.
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Ésa es vuestra fe.
¿Y estáis dispuesto a renunciar a todo,
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incluyendo el respeto de vuestra patria,
por vuestra fe?
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Porque lo que importa es lo que creo,
es decir, lo que sé...
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no es que lo crea simplemente,
es que lo creo de corazón.
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- Supongo que no me comprendéis.
- En absoluto.
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¿Por qué me insultáis
con tanta charla de abogado?
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Porque tengo miedo.
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Estáis enfermo.
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Esto no es España. Es Inglaterra.
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Amigos míos, todos vosotros sabéis
por qué os he llamado aquí.
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Hoy he dimitido de mi cargo.
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Ya no soy un hombre importante.
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Señor, queremos que sepáis
que estamos de vuestro lado.
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¿De mi lado? ¿Qué lado es ése?
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De sobra sabemos lo que pensáis.
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Ninguno sabéis lo que pienso.
Y si lo adivináis...
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y habláis de ello,
me hacéis un mal servicio.