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- Soy vuestro amigo. Ojalá no, pero lo soy.
- ¿Qué creéis que debo hacer?
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- Ceder.
- No puedo ceder, Howard.
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Nuestra amistad es más grande que eso.
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La única verdad en un mundo
de amistades falsas...
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- es que Sir Moro no quiere ceder.
- Para mí tiene que ser así, pues así soy.
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En mí el afecto
es tan profundo como en vos.
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Pero sólo Dios es completamente amor,
Howard, y yo soy yo.
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¿Y vos quién sois?
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¡Un abogado! ¡El hijo de abogado!
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A nosotros corresponde ser orgullosos,
arrogantes, y sin embargo, cedemos.
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¿Por qué os distinguís vos?
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¡Maldito hombre! ¡Lo estáis desorbitando!
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Me destrozáis el corazón.
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Nadie está a salvo, Howard,
y tenéis un hijo.
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Terminemos aquí nuestra amistad.
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- ¿Por la propia amistad?
- Sí.
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¡Muy sutil!
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¡Norfolk, estáis ciego!
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No sabéis incitar una pelea,
no tenéis estilo.
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Escuchadme. Vos y vuestra clase
habéis cedido, como dais en llamar,
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porque la religión de este país
no significa nada para vos.
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¡Es un absurdo decir eso!
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La nobleza de Inglaterra...
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¡La nobleza de Inglaterra se habría puesto
a roncar al oír el Sermón de la montaña!
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En cambio, trabaja con ahínco
por el pedigrí de un bulldog.
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Una pelea artificial no es una pelea.
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Hemos peleado desde que nos conocimos.
Nuestra amistad era una farsa.
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Sabéis ser cruel cuando queréis,
siempre lo he sabido.
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¿Qué valoráis tanto en los bulldogs?
Su presa, ¿no es eso?
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- Sí.
- ¿Por su naturaleza?
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- Sí.
- ¿Y por eso los criáis?
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Es igual con los hombres.
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No cederé, porque me opongo a ello.
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No es mi orgullo, ni mi vanidad,
ni ninguno de mis apetitos, sino yo.
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¿No hay en medio de todo ese músculo
alguna cualidad que no sirva al apetito...