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''peló'' a mi hermano.
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Cogió unas tijeras, unas simples tijeras,
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de esas, con las que
se cosen bonitos vestidos,
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y le recortó la barba.
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Solo que, junto con la barba,
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le cercenó la cabeza,
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con esas mismas tijeras de sastre.
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Y después, estuvo largo tiempo riéndose.
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Cállate, Yefim, que asustarás
a los niños.
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Te has puesto muy iracundo.
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Yo no soy un iracundo,
no tengo nada de iracundo.
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¡Soy partidario de
una internacional bondadosa!
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Hay tan poca gente bondadosa
en el mundo.
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No sé,
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puede ser que algún día
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la gente vivirá en el lugar,
donde quieran vivir
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y el límite de residencia no pasará
por los sótanos.
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Cállate Yefim, que vas a asustar
a los niños.
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Espera, María, déjame acabar de hablar.
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Toda la vida
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he tenido tantas inquietudes
y desvelos:
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uno lo mismo debe esconderse,
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que enterrar a sus parientes,
o lo entierran a él.
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Nunca tiene tiempo de hablar.
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A ver, dígame usted,
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compañera comisaria,
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¿por qué ocurre así?
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¿Recuerda cómo rabiaron todos, cuando
los ingleses atacaron a los bóers?
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¿ Y cómo nos lamentamos, cuando
los turcos degollaron a los armenios?
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Pero, ¿quién dirá algo,
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si mañana dejará de existir
Yefim Magazánnik?
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Yefim, ¿de dónde has sacado ese cuento,