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Cállate Yefim, que vas a asustar
a los niños.
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Espera, María, déjame acabar de hablar.
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Toda la vida
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he tenido tantas inquietudes
y desvelos:
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uno lo mismo debe esconderse,
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que enterrar a sus parientes,
o lo entierran a él.
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Nunca tiene tiempo de hablar.
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A ver, dígame usted,
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compañera comisaria,
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¿por qué ocurre así?
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¿Recuerda cómo rabiaron todos, cuando
los ingleses atacaron a los bóers?
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¿ Y cómo nos lamentamos, cuando
los turcos degollaron a los armenios?
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Pero, ¿quién dirá algo,
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si mañana dejará de existir
Yefim Magazánnik?
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Yefim, ¿de dónde has sacado ese cuento,
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de que existe una internacional
bondadosa?
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La internacional se basa en la sangre
obrero-campesina,
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por ella la gente traga el humo
de la pólvora y les da mucha rabia.
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¡Sólo ve combates, campañas y piojos!
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Piojos, combates y campañas.
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La cabeza me da vueltas.
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Si a la gente le quitan los cuentos,
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¿para qué entonces vivir?
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Pero la gente no necesitan cuentos,
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sino la verdad,
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por la que valga la pena morir.
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¿Morir?
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¿Cuándo vivir entonces?
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Yefim, eres un hombre bueno,