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ni más ni menos.
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Cordelia, recapacita. Corrige tus
palabras,
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no sea que malogres tu suerte.
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Mi buen señor, me habéis dado vida,
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crianza y cariño.
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Agradecida, os correspondo como debo:
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os obedezco, os quiero y os honro.
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¿Por qué tienen marido mis hermanas,
si os aman sólo a vos?
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Cuando me case,
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la mitad de mi cariño, de mi obediencia
y mis desvelos para mi esposo serán.
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Si sólo a mi padre amara,
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no me casaría como mis hermanas.
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Pero, ¿hablas con el corazón?
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Sí, mi señor.
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¿Tan joven y tan áspera?
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Tan joven, señor, y tan franca.
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Muy bien. ¡Que tu franqueza sea tu dote!
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Pues, juro, por el sacro resplandor
del sol,
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¡que reniego de cariño paternal,
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parentesco y consanguinidad!
¡Desde ahora te juzgo una extraña
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a mi ser y mi sentir!
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¡Silencio, Kent!
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Era la que más quería
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y pensaba confiar a sus tiernos cuidados
el resto de mis días.
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¡Fuera de mi vista!
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¡Llamad al Rey de Francia! ¡De prisa!
¡Y al Duque de Borgoña!
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Cornwall y Albany, añadid su tercio
al de mis otras dos hijas.
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¡Que la case su orgullo, al que llama
franqueza!