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Los harapos dejan ver grandes vicios;
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togas y pieles lo tapan todo.
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Acoraza de oro el pecado,
y la sólida lanza de la ley se parte.
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Pero, si lo cubres de andrajos,
cualquiera lo traspasa con una paja.
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¡No hay en el mundo culpables!
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¡Nadie comete delitos!
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Me atrevo a absolver a todo acusado,
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porque tengo derecho a silenciar
a su acusador.
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Ponte ojos de cristal
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y, como el vil marrullero,
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aparenta ver lo que no ves.
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Quítame las botas. ¡Tira más fuerte!
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Te conozco muy bien; te llamas Gloster.
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Ten paciencia: nacimos llorando.
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La primera vez que olemos el aire,
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gemimos y lloramos.
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Una prédica voy a decirte. ¡Escucha!
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¡Ah, qué pena!
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Al nacer, lloramos por haber venido
a este gran teatro de locos.
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Y he aquí una idea: