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Te conozco muy bien; te llamas Gloster.
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Ten paciencia: nacimos llorando.
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La primera vez que olemos el aire,
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gemimos y lloramos.
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Una prédica voy a decirte. ¡Escucha!
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¡Ah, qué pena!
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Al nacer, lloramos por haber venido
a este gran teatro de locos.
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Y he aquí una idea:
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Sería una treta sutil herrar con fieltro
un escuadrón de caballería.
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¡Y atacar a mis yernos!
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¡Tomarlos de sorpresa!
¡Y repartir sablazos, sin compasión!
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Señor, vuestra tierna hija...
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¿No hay salvación?
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Tratadme bien: habrá rescate.
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Quiero un médico.
Estoy herido en el cerebro.
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Tendréis lo que queráis.
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¿He de resistirlo todo otra vez?
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Mi soberano...
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¡Oh! Moriré sin quejarme,
como novio gallardo en noche de bodas.
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No tengo, por qué desesperarme.
Así mismo.
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Pues soy el rey. ¡No lo olvidéis!
¿Lo recordáis, señores?
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Sois nuestro soberano y os obedecemos.
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Entonces hay esperanza.
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Para atrapar la felicidad
hay que saber correr. Sa, sa, sa, sa.