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Una mujer joven, divorciada,
decepcionada.
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Por favor, si ya terminó...
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Por favor, déjeme ir.
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Calma, calma.
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No llore, señorita Bachman.
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No resultó tan mal, ¿o sí?
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Tiene un hombre maravilloso que la ama.
¿Por qué habría de llorar?
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Nunca renunciaré a él. No puedo.
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- Claro que no. ¿Por qué avergonzarse?
- No lo estoy.
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- Parece estarlo.
- No lo estoy.
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- Si usted lo dice.
- Estoy loca por él. Es la verdad.
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Yo no sabía lo que era
hasta que me acosté con él. Lo gritaré.
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- ¿La hace feliz en ese sentido?
- Sí.
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- ¿Lo ama, haría todo por él?
- Sí.
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- Sin avergonzarse.
- No, nunca.
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- Aunque pareciera antinatural.
- Sí.
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- Y cuando lo hice, fue sólo...
- ¿Qué?
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Por hacerlo feliz,
¿no es así?
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Mire, señorita Bachman...
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Es usted un desgraciado infeliz
hijo de perra.
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- Si es todo...
- Sí, es todo.
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Buenos días.
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Gracias por venir.
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No nos dio armas con qué atacar.
Cero.
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Yo no estoy tan seguro.
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Se me ocurrió que podríamos atraparlo
con la Ley Mann.
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¿Qué?
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Esa ley aplica a la prostitución,
no a esto.
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- Ella no es una profesional.
- Hablaré con los expertos.
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- No te hará daño.
- Como niña enferma.
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¡Oh! ¡Qué hermoso!