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Alguna vez has de caer enfermo.
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Sobre todo a tu edad.
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No veo qué tenga que ver la edad con un catarro.
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Más de un jovenzuelo fortachón quisiera
ver yo con un catarro de esta categoría.
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¡Y deja en paz la manta!
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Yo sé hacerlo.
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Y no me cuides tanto, déjame en paz.
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¡Ah! Como tú quieras.
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Como quiera yo, y como quieras tú.
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No trato de imponerte mi voluntad.
Por eso somos felices.
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Porque ni tú ni yo hemos perdido
el sentido de la libertad.
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Ahora mismo, si quisieras, con decirme
que te habías cansado de mi,
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te podrías ir y yo no te diría nada.
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Ni a la esquina me dejarías llegar.
Seguro.
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Puede ser.
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Señor, la cama ya está caliente.
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Las limitaciones que haya
de tener tu libertad, Tristana,
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tú misma has de señalarlas.
Mirando a mi decoro y al cariño que te tengo.
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Eres muy buena, hijita.
¿Cómo no te voy a adorar?
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Déjame.
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- ¿Le sirvo la comida, señorita?
- Sí, sí. Vete.
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Luego le traigo su caldo, señor.
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Están muy ricos, señorita.
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Da gusto ver cuánto la quiere a usted el señor.
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Ojalá me quisiera menos.
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¡Pobre...!
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¡Hombre! ¿Aún estás tú ahí?
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¡Qué! ¿Muchos palos por ahí?