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Revuelva unas cuantas cosas.
Sígame, señorita Rebeca.
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¡Un dormitorio con torniquete!
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De un modo u otro,
siempre se paga por entrar.
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La alcoba de la señora.
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¿ O ya sabía cómo Ilegar?
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¿A ella o a su alcoba?
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No tiene importancia.
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Bien, Milo.
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¿Por dónde empezamos?
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¿El cajón de abajo?
¿El cajón del tocador?
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Sáquelos. Revuélvalo todo.
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Vamos, Milo.
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Es un ladrón, no una doncella.
No lo doble, destrócelo.
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Vamos, Milo.
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Ex celente.
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Ahora, rompa esto.
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¡Muy bien!
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¿Dónde esconderá mi dama
los trofeos que ganó?
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Sus rubíes,
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diamantes, esmeraldas, zafiros...
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¿Entrelazados con los encajes
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de su ropa interior?
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¿En el doble fondo
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de una sombrerera?
¿En los dobladillos
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de vestidos de París,
exigidos
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y enseguida abandonados?
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O tal vez
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secretamente escondidos en
el respaldo de esto?
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¿ Qué escondite
podría engañar mejor?
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El que reflejó los ojos
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que traicionaron,
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la boca que mentía,
besaba y mentía.
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Era yo el que tenía
que destrozar cosas.
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Sí, así es.
Sólo era una demostración.
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Ande, por favor.
Pisotee esto.
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-¿Por qué yo?
-Si lo rompo yo,