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-¿No cree?
-Desde luego.
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Se acabaron las ficciones.
Eso es para aficionados.
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Para caballeros
como usted.
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Mire, Milo, en otra ocasión.
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Esto no puede esperar.
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Está bien, de acuerdo.
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Jugaremos a su juego.
A ver, ¿a quién ha matado?
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¿A quién? ¿A quién?
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Aparte de usted mismo,
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¿hay alguna persona
que le importe?
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¿Podría ser
su amiguita Taya?
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Podría ser.
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-¿Por qué?
-Es ella.
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¿Ha matado a Taya?
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La de los ojos color cobalto,
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que son lagos
de los bosques de Finlandia.
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Yo se los cerré.
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-Usted...
-Sí. La estrangulé.
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Ahí mismo, sobre esa alfombra,
la estrangulé.
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Ah, sí.
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Antes me la follé.
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La violó y la estranguló...
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No, nada de violar.
Ella lo quiso.
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¡Es mentira!
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No me va a engañar
con algo tan burdo.
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La verdad, le creía capaz
de algo mejor.
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Ayer, cuando vine a dejar
la sangre y la ropa para Doppler,
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vino Taya a buscarle.
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Le hice la corte,
como diría usted,
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y bailamos al ritmo
de esas bandas suyas tan cursis.
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Hay que ver, qué música tiene.
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Bueno, la cosa se calentó.
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Le entraron picores
y tuve que rascarle.
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Después, le entró sueño,
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y entonces fue cuando lo hice.