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Les prometí que les contaría...
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por qué nunca como pescado.
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Cuando mi familia se mudó
a la casa de mi abuelo...
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a mí me tocó
la tarea de distraerlo.
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Jugábamos a las cartas
sobre una vieja mesa.
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Nunca me dejaba ganar.
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Una vez puso uno
de esos trenecitos de juguete...
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dentro de mi hamburguesa.
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Era un bromista.
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Me rompí el diente.
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Los viernes a la noche,
comíamos pescado.
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Todos los viernes.
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No era por algo religioso,
sino porque...
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a mi abuelo
le gustaba mucho el pescado.
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"Impide que te vuelvas ciego",
decía siempre.
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Pese a que las espinas siempre
se le atoraban en la garganta.
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Mi hermano y yo nos sentábamos
el uno al lado del otro...
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esperando que empezara a toser
de una manera horrible.
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Entonces nos enviaban a la cocina
a buscar un trozo de pan...
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para sacar la espina.
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Se tragaba el pan
y su tos disminuía.
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Entonces regresaba la tranquilidad
y todos proseguíamos con la cena...
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como si no hubiera pasado nada.