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por la familia Briest.
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El ala lateral de la casa vertía su
sombra primeramente
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sobre un camino de baldosas blancas
y verdes,
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para después prolongarse sobre una
glorieta rodeada
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de ruibarbos, y cuyo centro albergaba
un reloj solar.
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Effi, deberías haber sido artista de
circo.
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Siempre en el trapecio, hija del viento.
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Creo que eso es lo que te gusta.
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Quizá, mamá.
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Pero, si lo fuera, ¿de quién sería
la culpa?
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¿A quién crees que he salido? A ti.
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¿O crees que he salido a papá?
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Hasta a ti te hace reír eso.
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¿Por qué no haces de mí una dama?
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- ¿Quieres?
- ¡No!
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No.
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No tan fuerte, Effi.
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No seas tan efusiva.
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Me inquieta cuando te veo así...
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Una historia de renuncia nunca es
mala.
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Entonces, el Baron Innstetten.
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Apenas tenía 20 años, cuando estaba
con los Rathenauer
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y frecuentaba las propiedades de la
zona.
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Su favorita era la del abuelo Belling
en Schwantikow.
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Por supuesto que no venía
precisamente por el abuelo.
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Cuando lo cuenta mamá,
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se deja adivinar,
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por quién venía en realidad.
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Creo que era recíproco.
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¿Y qué pasó después?
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Después pasó lo que tenía que pasar.
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Lo que pasa siempre.
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Él era muy joven,
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y cuando se presentó papá,
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que ya era infante de caballería
y ya poseía Hohen-Cremmen,
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no se lo pensó dos veces, y se
convirtió en la Sra. De Briest.
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¿Y qué fue de Innstetten?
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No se suicidó, o no lo estarías
esperando.
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Se despidió y comenzó a estudiar
derecho.