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puesto que nunca he sido joven.
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La gente de mi clase nunca tiene
juventud.
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Si me lo permite decir, es lo más triste
del asunto.
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No se tiene el valor,
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ni la confianza en uno mismo.
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Los años pasan,
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uno envejece,
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y la vida ha sido pobre y vacía.
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¡Oh, no diga eso!
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Las mujeres no somos tan malas.
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Por supuesto que no.
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Gieshübler le habría hecho una
declaración de amor allí mismo.
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Le habría pedido poder
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luchar y morir por ella como el Cid o
cualquier
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otro campeador.
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Pero como no podía ser,
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y su corazón ya no lo soportaba,
se levantó,
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buscó su sombrero, que
afortunadamente encontró,
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y se retiró, besando de nuevo
su mano
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sin mediar palabra.
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La impresión que se llevó Effi
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era siempre la misma:
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Gente mediocre, la mayoría de dudosa
amabilidad,
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que fingía hablar sobre Bismarck o la
princesa heredera,
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y que en realidad sólo estaban
pendientes de su atuendo,
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para algunos, demasiado pretencioso
para una joven dama,
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para otros, poco decente para una
dama de su posición.
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En todo se percibía la escuela
berlinesa:
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Sentido por la apariencia, pero un
curioso apuro
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e inseguridad cuando se tocaban
grandes temas.
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En Rothenmoor, para los Borckes,
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y para las familias en Morgnitz y
Dabergotz,
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sufría de "achaques de racionalismo".