Effi Briest
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buscó su sombrero, que
afortunadamente encontró,

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y se retiró, besando de nuevo
su mano

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sin mediar palabra.
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La impresión que se llevó Effi
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era siempre la misma:
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Gente mediocre, la mayoría de dudosa
amabilidad,

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que fingía hablar sobre Bismarck o la
princesa heredera,

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y que en realidad sólo estaban
pendientes de su atuendo,

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para algunos, demasiado pretencioso
para una joven dama,

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para otros, poco decente para una
dama de su posición.

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En todo se percibía la escuela
berlinesa:

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Sentido por la apariencia, pero un
curioso apuro

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e inseguridad cuando se tocaban
grandes temas.

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En Rothenmoor, para los Borckes,
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y para las familias en Morgnitz y
Dabergotz,

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sufría de "achaques de racionalismo".
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Los Grasenabbs en Kroschentin, sin
embargo, la tacharon de "atea".

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La Sra. Von Grasenabb, alemana del
sur, de nombre Stiefel,

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hizo un vago intento para convertirla
en deísta.

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Sidonie von Grasenabb,
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una solterona de 43 años,
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se interpuso bruscamente:
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"Te digo, madre que es ateísta,
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punto y final. "
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La vieja, que temía a su propia hija,
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permaneció miserablemente callada.
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Sí, este día deberíamos celebrarlo,
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pero aún no sé cómo.
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¿Quieres que te toque una marcha
triunfal,

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o...
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te subo a hombros en señal de
triunfo?

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Algo tiene que suceder.
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Pues debes saber,
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que esta ha sido tu última visita.
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¡Gracias a Dios!
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El hecho de tener por fin un poco de
tranquilidad ya es un premio.


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