Effi Briest
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Pero mi padre, que era el herrero,
era muy estricto y temible.

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Cuando se enteró, vino hacia mí con
una barra

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recién sacada del fuego y me quiso
matar.

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Tenía una hermana pequeña que
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me señalaba con el dedo y me decía:
"¡Qué asco!".

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Cuando estaba a punto de dar a luz
me fui al pajar,

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porque no me atrevía en casa.
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Unos desconocidos me encontraron
medio muerta

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y me llevaron a mi casa.
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Al tercer día
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se llevaron a mi hijo.
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Cuando después pregunté
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por él, me dijeron que estaba bien
acogido.

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Oh, señora,
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que Dios le libre de tantas
preocupaciones y dolor.

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¡Pero qué estás diciendo!
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Soy una mujer casada.
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No puedes decir una cosa así.
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Eso es indecente.
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No puede decirlo.
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Oh, señora...
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Dime,
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¿cómo te imaginas un ministerio?
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¿Un ministerio?
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Me haces dudar.
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Puede ser gente inteligente y
distinguida que gobierna el estado,

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y puede ser también una casa, un
palacio.

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¿Y crees que podrías vivir en un
palacio así?

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Quiero decir, ¿en un ministerio así?
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Dios mío, Geert,
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no te habrán hecho ya ministro,
¿verdad?

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Gieshübler ya lo decía.

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