Effi Briest
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Pensé que no ibas a mantener tu
palabra.

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Pero, Geert, claro que sí. Eso es lo
primero.

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No digas eso. Mantenerla siempre, es
demasiado.

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Y a veces no se puede.
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Recuerda, yo te esperaba en Kessin
por entonces,

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cuando alquilaste la casa, y no
apareciste.

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Sí, eso fue otra cosa.
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En realidad, nuestra vida en Berlín
no comenzó

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hasta que nos mudamos en abril.
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Por entonces acababa la temporada,
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apenas pudimos hacer nuestras
visitas,

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y nuestro único amigo íntimo,
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es desgraciadamente soltero.
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A partir de junio todo está muerto,
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y las persianas bajadas le anuncian a
uno cada cien pasos:

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"Todos se han ido. "
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Si eso es cierto o no, da igual.
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¿Qué más nos queda?
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Hablar alguna vez con el primo Briest
o comer con Hiller,

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eso no es la auténtica vida berlinesa.
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Pero ahora todo va a cambiar.
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He apuntado a todos los consejeros
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que siguen activos para que cuenten
con nosotros.

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Porque vamos a hacerlo.
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Nos haremos una casa.
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Y cuando llegue el invierno todos del
ministerio dirán:


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